Blog inspirado en un artículo del Pérez-Reverte

Blog inspirado en un artículo de Pérez-Reverte. http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/630/ni-flores-colega/

lunes, 2 de abril de 2012

¿Pan de pueblo?


mercadona

Hoy me toca a mí.

Me dispongo a disfrutar de algo que solía distraerme y hacerme pasar un buen rato: hacer la compra. Últimamente se está convirtiendo en una actividad molesta.

El supermercado al que voy tiene fama de ser el más barato. No lo sé. Hubo un tiempo en que tenía tiempo para hacer estudios comparativos del precio de la patata, o de la fruta, en diferentes establecimientos. Pero en los últimos años sólo me queda tiempo para estudiar “cómo comprar lo justo, con menos”.

Por lo que entro en el “mercado” lleno de “donas” siguiendo la tendencia general en mi localidad. Lo hago de forma precavida. Intento no llamar la atención.

Me deslizo por el primer pasillo sin novedad. Llego fácilmente a las frutas. Es un lugar considerado seguro. La frutería es zona de jurisdicción única de la frutera. Al menos conoces quién te puede asaltar. La tienes localizada, no te sorprenderá por cualquier ángulo.

Allí está, ordenando unos tomates que algún desaprensivo acaba de dejar descuidados. Recuerdo cuando me reprendió por coger el género sin guantes de plástico. La verdad es que tenía razón, el magreo de fruta y verdura debe de dejar en la pieza una mezcla de fertilizantes prohibidos, ácidos, amoniaco, cloruros, nitratos, detergente, cera, bacterias y enfermedades mortales transmitidas vía dedo. Explosivo. De nada sirvió mi excusa de que yo selecciono con la vista, y que lo que toco, lo cojo. Bueno, siempre uso guantes ahora, no quiero matar a nadie con mi mano llena de enfermedades.

Me ha visto. Justo al girar la cabeza ligeramente a la derecha para recolocar un tomate descarriado. Acelera la colocación; acaba; y se lanza sobre mí.

– Los tomates están rebajados.– con voz amable.

Te han dicho que te quites de encima esos tomates. Pienso yo.

Los rechazo con habilidad y educación, consiguiendo que no pueda volver a insistir. La veo algo contrariada. Así que, me anticipo y le muestro mis manos enguantadas para evitar una reprimenda vengativa por el rechazo sufrido.

Peso unas peras y abandono la zona de restricción sin más problemas que esquivar un hombre que está entrando en la verdulería. Tiene pinta de los que no se ponen guantes. Je je, le va a caer la del pulpo. Le he dejado a la frutera calentita...

Me siento satisfecho. Pero me dura poco. Enfilo el carril de transición de los congelados y me entra una comerci-caje-reponedora con dos barras de pan en la mano.

– ¿Pan de pueblo? Lo tenemos de oferta a 1€ la barra.

Te han dicho que te deshagas de la ornada de esta mañana. Pienso. – No gracias.– Me desmarco educadamente.

Sigo comprando. Pero empiezo a sentirme intranquilo. Con sólo un par de productos en el carro, ya me han asaltado dos veces. Recuerdo aquellos días en que esta empresa no ganaba tanto. Era una gozada comprar aquí. Pasabas un rato agradable, tranquilo. Entrabas, cogías, pagabas y te ibas. Luego empezaron en la pescadería a gritarte las ofertas cuando pasabas. Más tarde habilitaron una comerci-caje-reponedora en la carne para explicarte lo que ya se ve en las etiquetas. Que era carne y el precio que tenía. El “consejo” venía solo por zonas en principio. Cada departamento te aconsejaba sobre sus productos.

Empecé a plantearme el montar una revolución desde fuera. Hablar con las empleadas y preguntarles si les estaban pagando por actuar de comerciales. Desistí cuando implantaron las comerci-caje-reponedoras ambulantes. El tema se había desbocado. Operaban inter-departamentos. Su movilidad era pasmosa. Solían ser dos o tres que peinaban todo el supermercado. Tras este movimiento de la dirección del supermercado en cuestión, solo me quedaba sobrevivir. Esta cadena de supermercados se estaba convirtiendo en una de las empresas punteras del país. A costa de gente como yo que las estaba pasando cada vez peor para moverse tranquilamente por el super, y de los pobres y hacendosos agricultores -llego a imaginarme sin esfuerzo.

Desde casa, una sola consigna: – Es el más barato; las bolsas ya están en el coche; y cíñete a la lista...

Encaro el pasillo de los licores y vinos. Zona de exclusión. Nunca me han ofrecido nada allí, será porque el vino no caduca con facilidad. Tomo un respiro. Pero nada más salir ZAS!

– ¿Pan de pueblo? a 1€ la barra.– me caza una segunda comerci-caje-reponedora.

Debo de tener cara de indeciso, o de no llevar lista de compra.

– No gracias– con una mano le enseño con esperanza mi lista de la compra, y con un giro de cadera, esquivo a la comerci-caje-reponedora y enfilo el carro a la panadería. He de conseguir elegir mi propia barra de pan. Es cuestión de lucha por la libertad.

Cojo dos barras de pan rústico. Unas barras crujientes que me gustan bastante. Están calentitas. – Umm, he pillado la última hornada– Las he apretado un poco para ver si crujían. Y sin guantes. Me siento rebelde.
Contento, enfilo el carro hacia la caja. Paso por una zona estrecha donde a unas rosquilletas de casi 2€ la bolsa, les salen patas y saltan dentro del carrito. Veo a una comerci-caje-reponedora al final de un pasillo. Lleva 2 barras en la mano. Es la de la primera vez. Veo que duda, pero no tiene güevos a volver a entrarme. Además, ya estoy en la caja.

Sitúo mi compra en la cinta. La cajera está distraída hablando con la de atrás. Algo de un turno. Pasa la fruta, leche, arroz, garbanzos, 2 barras de pan... Y a la que pasa el pan, se queda parada y horrorizada, abre redondos los ojos y en ellos se le refleja el flagelo de la mala conciencia de alguien que ha olvidado su deber. Deja mis barras de pan ya escaneadas, hace un giro hacia su izquierda, coge algo y me lo planta en la cara:

– ¿Pan de pueblo? … a 1€ la barra.

En verdad, creo que nos estamos volviendo gilipollas.

sábado, 3 de marzo de 2012

¿Código postal?...


toysrus

¿Nos estaremos volviendo gilipollas?

Me dispongo a pagar un juguete para mi hijo en la tienda de “Toys” de La Salera en Castellón.

La cola en la única caja es de kilometro, como siempre en esta tienda. Abre una caja la que enseguida veo es la encargada de la tienda. Casi en los cincuenta, mediana estatura, gafas grandes de pasta, pelo corto pintado de negro y abombado dándole una apariencia de balón de futbol.

Me coloco primero en esa caja y detrás de mí una chica joven rubia con su novio. Van a tirar el dinero con un enorme set de panes y verduras de plástico que pueden encontrar a mitad de precio en el chino. Pero bueno, seguro que lo paga al pavo.

Mi mujer me pasa una tarjeta de puntos para que la entregue. Observo que es de plástico. Desde que nació el pequeño tuvimos en esta tienda una tarjeta de papel. Compramos, durante años, multitud de juguetes. Nunca llegó ninguna comunicación sobre los puntos que acumulábamos. Al reclamar a la tienda –encontrándonos con una encargada bastante inútil- se nos dijo que por un fallo informático no había manera de saber cuántos puntos teníamos. Un “Lo siento” fue lo que obtuvimos por regalo. En fin, espero que con la tarjeta de plástico todo vaya mejor. Aunque me da absolutamente igual.

Entrego la tarjeta a la encargada y, al cogerla, lo más importante:

- ¿Código postal? – Con naturalidad, como quien recuerda una obligación del cliente.

- Pon el que quieras – Le contesto con indiferencia y cierto cansancio, como quien conoce sus derechos como cliente y asume que esto se ha convertido en un trámite más a la hora de comprar en cualquier lugar.

- Bueno, ¿no sabes tú código postal? – Me espeta.

- Sí. Pero simplemente no lo quiero dar. – Me defiendo.

- ¡Pero si lo has dado en tu tarjeta!

- Ya le he dicho que simplemente no lo quiero dar.

Se cobra. Pero en su interior le hierve la sangre y no puede resistirlo. Insiste de nuevo.

- Ya ve que le cuesta dar el código postal... – vuelve a la carga.

- A ver señora, ¿para que quiere usted el código postal?

- Para hacer una encuesta. – Contesta.

- Si quiere una encuesta, ¿por qué no se la paga usted? Usted me da puntos en la tarjeta, y yo le doy hasta mi número de teléfono. Pero ahora, si yo le hago la encuesta, ¿usted qué me da? Nada.

- Me parece que no es pedir tanto. – Vuelve a insistir, ya con desprecio como quien trata con un cascarrabias que no tiene razón. – Además, si no has dado tu dirección en tu tarjeta, nunca tendrás puntos.

Hasta ahora estaba tranquilo, pero le he de levantar un poco el tono de voz pues parece que no me entiende o no quiere entenderme.

- Oiga, que no tengo que darle nada. La tarjeta está bien. Es ahora que no quiero darle ningún dato. Además ya lo tiene en la tarjeta. Para sus estadísticas puede ver que he comprado, a través del registro de la tarjeta. Mire, está yendo muy lejos y me están entrando unas ganas de ponerle una queja.

- Haz lo que quieras. – Contesta con desprecio y descaro.

La chica rubia de los panes y verduras de plástico, que habrá estado toda la semana mejorando sus técnicas de discusión alocada tragándose todos esos programas basura de la tele, se dispone a poner en práctica lo que ha aprendido y se mete sin tapujos en la conversación.

- Oye, ¿por qué no le das el código postal? Desde luego… - Me suelta algo así. No lo oigo bien porque se me está hinchando la vena.

Me giro, y ya rojo de ira, le digo – ¡Y a ti que te importa todo esto!

- Pues que te estás poniendo un poco “bordecito”. – Y se queda tan tranquila la niña.

La encargada y la niña se miran con complicidad. Yo resoplo y cuento hasta tres. Miro a mi mujer y mi hijo. Pienso en que hemos salido los tres a disfrutar juntos un tiempo, escaso, después de trabajar duro toda la semana, para ver si, entre todos, sacamos este país adelante.

- Eh, adiós – cierro el tema y nos vamos.

Mientras salgo de la tienda, pienso que este es un país de paletos.

Pienso en los países del resto del mundo en los que he vivido y viajado y en cómo se hubiera desarrollado esta situación. Si alguien me hubiera pedido algún “dato personal”, como el código postal, y yo no se lo hubiera dado, hubiera entendido que estoy en mi derecho. No me hubiera montado un pitote. Y, desde luego, ninguna niñata se hubiera metido en un asunto que no es el suyo a menos que no hubiera estado viendo debates basura toda la semana. En América, no lo hubiera hecho por temor a una denuncia a la tienda o a que le sacaran una pistola a la rubia por eso. En el resto de Europa, por pura educación.

Pienso en la incultura, el analfabetismo mental de este país, pienso en si tiene solución. Pienso en cuantos años se tardaría en solucionar esto a partir de una adecuada educación en la escuela y en casa. Pienso en la educación que la encargada y la niña de los panes de plástico pueden dar a sus hijos.

Pienso en como tuve que “corromper” ligeramente a mi hijo para que no se lo comieran vivo en la escuela.

Pienso en si los políticos corruptos e inútiles tienen algo de culpa, y en si pueden hacer algo. Pienso en si los intelectuales están dormidos o acomodados en este país, o no tienen fuerza para denunciar toda esta mierda.

Finalmente pienso en si es algo arraigado en nuestra cultura que no tiene solución.

Seguiré publicando casos de gilipollismo nacional. El día en que deje de publicarlos, quizás ya no viva en este país de paletos.

La gente no sabe cuáles son sus derechos, ni los quiere saber, ni hacer valer. En cualquier país occidental, si preguntan el código postal, la respuesta será “para qué lo quieres”, o “no es cosa tuya”, o “perplejidad” por la intromisión.

En España, alguien como yo que intenta comprar tranquilo y defender sus derechos de una forma razonada, recibe el desprecio de una vendedora y el insulto de otro cliente.

En verdad, nos estamos volviendo gilipollas.